Salvador Allende 1970-2021 Diario confuso y bastardo V
7 de septembre de 2021
Cada uno de nosotros está dotado de tres tipos de memoria.
La primera es documentaria, cronológica.
Sirve para recordar la fecha de las guerras, de las revoluciones y de los cumpleaños de las personas queridas.
Y para orientarse en el tiempo. Por ejemplo, para recordar cuan velozmente crecen los bebés y cuanto somos jóvenes los viejos.
La segunda es colectiva.
Tiene que ver con las respuestas sociales radicadas en el cuerpo y en el discurso, con las trampas de la vida en común: como comportarse en una iglesia, como tratar un anciano, como sepultar los muertos …
Normalmente, la denominamos sentido común y se materializa en actitudes, ritos, ceremonias e instituciones que nos permiten actuar y comportarnos adecuadamente sin necesidad de pensar.
No pensar es útil e incluso indispensable para recurrir a medidas ya codificadas en una situación de emergencia – como una tormenta o un terremoto – pero es peligroso y dañoso ante tradiciones e innovaciones insensatas como la ablación del clítoris o la exportación de la democracia.
Ergo, la memoria colectiva, el sentido común deben controlarse y racionalizarse constantemente.
La tercera es la memoria individual sedimentada en base a costumbres y objetos.
Lo que marca verdaderamente nuestro carácter está sumergido en nuestro cuerpo bajo forma de flujos de repeticiones y cicatrices, de gestos renovados con fatiga, de antigüos usos y pequeños fragmentos: el camino a la escuela, la lluvia inclemente, el olor del mar, el jaleo del heladero ambulante, la música del organillo, el rumor de los primeros pantalones largos, el olor de la naftalina, el rojo de la rosa que nos llevaba a frecuentar esa calle poblada de inmundicia y fumadores …
Esta memoria – idiosincrática y metereológica – puede traducirse fácilmente incluso en chino porque se relaciona con los sentidos, porque es patrimonio compartido y, por último, porque agregándole los cuatro elementos naturales de los que trae origen cada una de las substancias de las cuales está compuesta la materia -fuego, aire, agua y tierra – es terreno colectivo.
Pero para traducirla es necesario un esfuerzo introspectivo y linguístico para rescatar lo que, a pesar de ser común, está encerrado en el propio cuerpo.
Esfuerzo que denominamos “poesía”, “música”, “literatura”, “historia”, “filosofía”, “ética” …
El capitalismo y sus tecnologías subordinadas han erosionado potentemente estos tres tipos de memoria.
La memoria documental ha sido dañada por su misma capacidad tecnológica de registración y archivo: fechas, datos, estadísticas … son actualmente almacenadas en soportes externos que han vacíado nuestras cabezas en las cuales flotan sucesos desconectados, aislados de la historia, transformados en monumentos por medios que, como Nestlé y Disneyland, están especializados en poner sobre el mismo plano todos sus productos: caramelos, juguetes y mercaderías diversas.
Nos queda lo escrito, pero no basta.
En un diálogo de Platón, un amanuense egipcio le dice a Solón que los griegos eran como niños porque no lograban recordar nada después de tres generaciones. Ellos, viceversa, poseendo la escritura podían remontar, nombre por nombre y fecha a fecha, hasta el pasado más remoto.
Nosotros disponemos de la escritura pero el problema es que el capitalismo produce niños adultos perdidos en un tiempo uniforme, sin límites ni puntos de desembarque.
Los daños a la memoria colectiva no son menores.
Podemos hablar de especies animales desaparecidas o amenazadas de extinción, pero nos cuesta o hemos olvidado completamente los gestos milenarios, las ceremonias comunes, las respuestas colectivas.
Podemos pensar a oficios muertos, a liturgias cerimoniales extintas, a formas de organización política y a vínculos de solidariedad que parecían desaparecidos definitivamente, pero las respuestas automáticas – el sentido social sin pensamiento preventivo – no derivan de la tradición, de la institución o de la educación, con sus ventajas y riesgos, sino de las multinacionales.
¿Cómo superar el Covid-19? Pfizer vende (a caro precio) la vacuna adecuada.
¿Cómo enterrar los muertos? Las pompas fúnebres privadas se encargan (a caro precio) del residuo.
¿Cómo besarse, dónde divertirse, cómo vestirse, qué comer, dónde dormir, cómo viajar, qué mirar?
Lo resuelven por y para nosotros Perugina, Disneyland, Armani, MacDonalds, Sheraton, Franco Rossi, Netflik … a caro precio.
En este caldo de cultivo no primordial, los pobres aún conservan una biografía pero las clases medias y sus imitadores disponen sólo de una colección de souvenires o de un catálogo estándar de fotografías. No se si la tienen los ricos, pero tiendo a creer que si. Se llama sentido de clase.
O sea que, en los países enriquecidos (pero por imitación también en los empobrecidos), la mayor parte de los bípedes llamados sapiens tienen, en vez de una memoria individual hecha de repeticiones y cicatrices, habitudes y objetos, un folleto publicitario universal que, desprovisto de cuerpo, es intercambiable con el de cualquier otro sujeto.
Y entonces, ¿de qué están hechos nuestros recuerdos, individuales y colectivos?
Pienso, fundamentalmente de cosas como el área de servicio en la autopista, la final del mundial de fútbol, el logotipo Nike, la publicidad Toyota, las ofertas del supermercado, el icono inicial de Microsoft …
O sea que, eliminando los cinco sentidos y los cuatro elementos también se han eliminado la posibilidad de una experiencia personal y la posibilidad de comunicarla.
Porque en toda época las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante, es necesario tratar de vivir como se piensa si no se quiere terminar pensando como se vive.
En toda latitud, reaccionarios y racistas –como decir el ojo izquierdo y el ojo derecho- confunden la realidad con lo que ven y lo que ven con lo que piensan ver.
Están obsesionados por la necesidad de poseer una idea realista del universo.
Realista cuanto la perspectiva sin horizonte de la que gozan cavallo y vacas en el campo.
Esta ilusión petrificada, que llaman realidad, adquiere para ellos el aspecto de una verdad indiscutible, como lo fueron la convicción que la tierra es plana y termina en las columnas de Hércules, que inmensas tortugas sostienen el mundo o que las brujas causan el maltiempo por lo cual se debe torturarlas hasta la muerte o quemarlas en una pira en nombre de la verdad y en defensa de la realidad.
Pero los señores no se conforman con poseer la verdad. Quieren que todos la acepten. Más aún, que todos se enamoren de ella.
De todo esto tenía a lo más una vaga sospecha en septiembre de 1970, pero muchos amigos y compañeros habían avanzado más.
Pienso, por ejemplo, que al menos embriones de estas reflexiones estuviesen detrás del “Manifiesto” de Victor Jara:
“Yo no canto por cantar, ni por tener buena voz. Canto porque la guitarra, tiene sentido y razón. Tiene corazón de tierra y alas de palomita. Es como el agua bendita, santigua glorias y penas. Aquí se encajó mi canto, como dijera Violeta. Guitarra trabajadora, con olor a primavera.
Que no es guitarra de ricos, ni cosa que se parezca. Mi canto es de los andamios, para alcanzar las estrellas. Que el canto tiene sentido, cuando palpita en las venas del que morirá cantando las verdades verdaderas”.