Salvador Allende 1970-2021 Diario confuso y bastardo VIII

Salvador Allende 1970-2021 Diario confuso y bastardo VIII

10 de septiembre de 2021

Para los mayas el hombre es una criatura hecha de tiempo cuya actitud más típica es caminar.

El hombre camina con el tiempo. Porque el tiempo es circular, vuelve siempre al punto de partida. Pero el nuevo – y viejo – punto de partida, nunca es idéntico al precedente.

Siendo el hombre tiempo que camina con el tiempo, el relato de Gabriel García Márquez es verosimil: “Esa tarde, recordando la primera vez que su padre lo había llevado a ver la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia, Aureliano Buendía descubrio que las cosas tienen vida propia y se trata sólo de despertarles el alma” (“Cien años de soledad”).

Siglos antes, un precursor de las antorchas humanas, Giordano Bruno, nos había dicho que la imaginación es el vehículo del alma y de la comprensión, de la luz y de la vida, el alma del mundo,la realidad que hace de cada microcosmo un macrocosmo.

Los pueblos indígenas dirían: Todo lo que es visible es también un signo del invisible.

Los “Años de la soledad” – también política – se cruzan con los “Años de las brasas y de las cenizas”. Pablo Neruda los hace iniciar mucho antes: “Yo conocí Bolívar una mañana larga, en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento. Padre, le dije, ¿eres o no eres o quién eres? Y guardando el Cuartel de la Montaña, dijo: «Me despierto cada cien años, cuando se despierta el pueblo»” (“Un canto para Bolívar”).

Antes de combatir fascistas, los humanos conocemos formas y grados diversos de carcelerosn. De nuevo Neruda: “El pie del niño aún no sabe que es pie y quiere ser mariposa o manzana. Pero después los vidrios y las piedras, los caminos, las escalas, los senderos de la tierra dura van enseñándole al pie que no puede volar, que no puede ser fruto redondo en un ramo … El pie del niño fue entonces derrotado, cayó en la batalla, fue hecho prisionero, condenado a vivir en un zapato (…) hasta que el hombre no se detuvo. Entonces en la tierra bajó y nada supo, porque todo, todo era obscuro, y no supo que había dejado de ser pie, si lo enterraban para que volase o para que pudiese ser manzana” (“A los pies de su niño”).

El internacionalismo es condición de vida del combatiente: “Que lejos que está mi tierra, y sin embargo que cerca. O es que existe un territorio, donde la sangre se mezcla. Cuanta distancia y camino, cuan diferentes banderas. Y la pobreza es la misma, los mismos hombres esperan. Yo quiero romper mi mapa, formar el mapa de todos, mestizos, negros y blancos, trazarlo codo con codo” (Daniel Viglietti, “Milonga de andar lejos”).

Se combate con los hermanos. Recita Julio Cortazar hablando del Che: “Yo tuve un hermano. No nos vimos nunca, pero no importaba. Yo tuve un hermano que iba por los montes rientra yo dormía. Lo quise a mi modo. Le robé la voz, libre como el agua. Caminé a ratos cerca de su sombra. No nos vimos nunca pero no importaba. Mi hermano despierto, mientras yo dormía. Mi hermano que muestra, más allá de la noche, su estrella elegida”.

Hermandades que no nacen sólo de la política. Cuenta Jorge Amado: “El sertanejo trepó al carrube, le dio cuerda a la pianola y comenzó a tocar la música de un antigüo vals. La expresión obscura de Sem-pernas se abrio con una sonrisa. Miraba la pianola, observaba los muchachos iluminados por la alegría. Escuchaban religiosamente esa música que salía del vientre del carrusel en la noche de Bahía, sólo para los oídos de sus aventureros pobres, los Capitanes de la playa. Estaban todos en silencio. Un obrero que venía por la calle, viendo el grupo de muchachos, se acercó. Y también él se quedó inmóvil escuchando la vieja música. Entonces el claror de la luna se extendio sobre todos, las estrellas brillaron más intensamente en el cielo, el mar se aplacó en una vasta calma (…) y la ciudad era como un inmenso carrusel donde los Capitanes de la playa volaban sobre caballos invisibles. En ese momento de música se sintieron patrones de la ciudad. Y se amaron entre ellos, se sintieron hermanos, porque si a todos les faltaba ternura y ninguno tenía consolación, ahora todos tenían la ternura y la consolación de la música” (“Capitães da Areia”, “Capitanes de la playa”).

Estamos todavía 10 de septiembre de 1973. En Chile, obviamente.

El día siguiente también se abrieron para nostros los años del terror.

Empleo las diversas lenguas americanas para decir una cosa muy simple: “me recuerdo”.

Me recuerdo de Victor Jara: “Te recuerdo Amanda, la calle mojada, corriendo a la fábrica, donde trabajaba Manuel. La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo, no importaba nada, ibas a encontrarte con él. Son cinco minutos, la vida es eterna en cinco minutos. Suena la sirena, de vuelta al trabajo, y tú, caminando, lo iluminas todo. Los cinco minutos, te hacen florecer (…) Ibas a encontrarte con él. Que partio a la sierra. Que nunca hiszo daño, que partio a la sierra. Y en cinco minutos, quedo destrozado. Suena la sirena, de vuelta al trabajo. Muchos no volvieron, tampoco Manuel”(“Te recuerdo Amanda”).

Me recuerdo el Victor de los últimos meses antes del golpe: “Y, volviendo del trabajo, discutiendo entre amigos, razonando cuestiones, de este tiempo y destino. Pienso en ti, mi vida, pienso en ti. En ti, compañera de mis días y del porvenir, de las horas amargas y la dicha de poder vivir, lavorando al comienzo de una historia sin saber el fin” (“Cuando voy al trabajo”).

Me recuerdo de Atahualpa Yupanqui: “Duerme, duerme, negrito; que tu mama está en el campo. Trabajando duramente, trabajando só. Pa’l negrito chiquitito, trabajando sí. No la pagan, sí. Va de luto, sí” (“Duerme, duerme negrito”).

Me recuerdo del obispo mártir de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, asesinado mientras celebraba misa en su catedral en marzo 1980. En enero de ese mismo 1980, ante los estudiantes de la Universidad católica de Lovaina, afirmó: “Hay que decidir si se está a favor de la vida o de la muerte. Cada día veo más claro que éstas son las opciones entre las cuales se debe elegir. En esta elección no hay neutralidad posible: o servimos la vida o somos complices de la muerte de muchos seres humanos. Y es aquí donde se revela cual es nuestra fe, si creemos en el Dios de la Vida o utilizamos el nombre de Dios para servir los verdugos de la Muerte”.

Me lembro ainda. El el Brasil de los Años ’70 Chico Buarque d’Hollanda presentaba su espectáculo “O malandro” (El malandrín). El refrán de la última canción, (“A pesar de vôce”, A pesar de usted) decía: “A pesar de usted, mañana será otro día. El gallo se obstinará a cantar, el agua nueva a surgir, la gente a amarse, sin pararse nunca”.

Cada representación se cerraba con Chico y toda la compañía en la cárcel.

Me lembro ainda que en 1968, Geraldo Vandré presentó su “Pra não dizer que não falei de flores” o “Caminhando” (“Para no decir que no hablo de las flores”, o “Caminando”): “Hay soldados armados, armados o no. Casi ninguno sabe que hacer con las armas en mano. En los cuarteles les enseñan una doble y añeja lección: morir por la patria y vivir sin una razón. Ven, vamos ahora, porque esperar no es saber. Quién sabe actúa ahora, no espera ver que pasa. En las escuelas, en las calles, en los campos, en los edificios. Somos todos soldados, armados o no. Caminando y cantando y continuando a cantar, somos todos iguales, armados o no. Con los amores en la cabeza, las flores en las manos, seguros de nuestras razones, estrechando la historia entre las manos. Caminando y cantando y continuando a cantar, aprendiendo y enseñando una nueva lección”.

Vandré pasaba directamente del escenario a una sala de tortura y después al exilio. Volvio en 1973 y desde entonces vive aislado. Me han dicho que las torturas lo volvieron loco.

Fuera de América Latina, todos los que cuentan estaban demasiado ocupados hablando del “milgro económico brasileño” y ni siquiera se dieron cuenta.

Je me souviens. En París, Paul Virilio escribía: “El siglo XVII fue el siglo de las matemáticas, el XVIII el de la física y el XIX el de la biología. El siglo XX es el siglo del Miedo” (“L’Art à perte de vue”). En Bahia, Caetano Veloso cantaba: “Los pobres son como las cosas putrefactas: no valen nada, no tienen derechos, son mera mano de obra que explotar a bajo costo y, cuando molesta, de exterminar” (“Haiti).

Je me souviens de Port-au-Prince. Proyectado para albergar 150.000 habitantes, vivían casi 2 millones y era la representación gráfica de la miseria. Los cantegriles dominavaban todo el espacio urbano con sus casas de madera apiladas sobre otras casas de madera que las sostenían. En las calles no pavimentadas se vendían zapatos, zapallos, cervezas, cuadros, jugos, manioca, libros. Sin trabajo, muchos sobrevivían vendiendo el propio sangre. Pero después llegó el SIDA. Todavía sin trabajo, la mayoría de la población se daba al comercio ambulante o a la criminalidad. A finales de enero de 2006 el periodico “Le Nouvelliste” relataba el inicio del exodo de la “Ciudad de Dios”, una de las poblaciones callampas de Port-au-Prince: “Las personas huían de la violencia de la policia, pero no sabían donde ir. Durmieron algunos días en la calle, pero terminaron por volver al terror de siempre”.

Después llegó el primer terremoto. Y los niños comenzaron a comer tortillas de paja y fango. Costaban poco.

El Leviatán devora los condenados. Como cuenta Sartre, el infierno son siempre los otros. Agrego que lo habitan siempre los otros.

En las colinas que circundan la capital haitiana no existen árboles, cortados durante las dictaduras de los Duvalier para impedir que los guerrilleros se escondieran, y vueltos a cortar después por la población para producir carbón y ganar un par de gourdes.

En la base de las colinas, donde surgía “Cité Soleil”, todas las alcantarillas eran a cielo abierto. Todos los días saltaba la electricidad por varias horas, pero los habitantes se consideraban privilegiados porque en el resto del país, salvo en las dos ciudades residenciales, la electricidad no existía. Normalmente, de los grifos no salía agua. Los estanques o depósitos de agua eran depósitos de comida y enfermedades. Cuando había, el  agua estaba tan contaminada que, según la sabiduría popular te hacía venir la diarrea en menos de un hora.

I remember la ballada de Sacco y Vanzetti: “Here’s to you Nicola and Bart, Rest for ever live in our hearts, The last and final movements is yours, And agony ist your triumph” (“Aquí estáis, Nicola y Bart. Os conservaremos siempre vivos en nuestros corazones. El momento último y final es vuestro, y la agonía es vuestra victoria”).

I remember  Bob Dylan y la historia del púgil Rubin Carter, “Hurricane” (Huracán), negro en un país que se avergonazaba del color de su piel y por ello incriminado por la policia y condenado a presidio perpetuo, permanecio por casi veinte años en la cárcel hasta que la protesta popular lo tiró fuera de la prisión. Escribe Dylan: “Hace mucho tiempo Rubin Carter fue incriminado por las autoridades. Por algo que jamás cometio fue encerrado en una celda. Pero podía llegar a ser «Champion of the world»”. Lo será, caso único en la historia, por una decisión sucesiva a su liberación.

I remember Pete Seeeger: We shall overcome, we shall overcome, we shall overcome some day. Oh, deep in my heart, I do believe, We shall overcome some day”(“Venceremos, venceremos un día. En el profundo de mi corazón, lo creo. Venceremos un día).

Yo también lo creo. Entre otras cosas porque, como canta Bob Marley, “You can fool some people sometimes. But you can’t fool all the people all the time” (Podéis engañar algunos a veces, pero no podéis engañar todos siempre, “Get up, Stand up”).

La experiencia me dice que se puede vivir en y de una mentira pero, también, que no se puede vivir perennemente en y de una mentira sin transfornarse en esquizofrénicos.

Pequeño problema: los esquizofrénicos no saben que lo son y pueden mandar otros esquizofrénicos.

Domesticado por la cultura dominante, ignoro las lenguas indígenas y no entendería ni siquiera la pregunta contenida en un manual de UNICEF para los médicos que trabajan con los indígenas wampis y huambisa en la Amazonía peruiana: “Uchiram jakausha urutmait?” (“¿Cuántos hijos ha tenido usted?”).

Pero no quiero ni puedo concluir estos recuerdos sin ellos.

En 1854, el Jefe Seattle de la tribú Suwamish escribio al Gran jefe blanco de Washington, Franklin Pierce, respondiendo a la oferta de compra de buena parte del territorio de los pielroja: “Yo soy un salvaje y no comprendo como el «caballo de fierro» humeante pueda ser más importante de los bisontes, que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad. Porque lo que le sucede a los animales antes o después le sucede al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre ellas. Nosotros sabemos por lo menos esto: no es la tierra quien pertenece al hombre sino que es el hombre quien pertenece a la tierra”.

Seattle no era un mal profeta. A finales del 2020 ya se habían extinguido entre 5 y 10 milones de especies de insectoa, 40-60% del total. Y de las 557 especies de rapaces – halcones, aguilas, huhos – un tercio ya era a riesgo de extinción.

El cambio climático provocado por los gases a efecto invernadero es responsable de la pérdida del habitat de miles de especies mediante procesos como el incremento de los incendios forestales, la disolución de los glaciares, la muerte de los corales por el aumento de acidez de los mares debido al incremento de la temperatura global … Además de otras formas de la actividad humana que catalizan el declive de la biodiversidad, la primera de las cuales es la agroindustria, que ha impuesto procesos orientados a las ganancias de las multinacionales y no a la producción de alimentos, destruyendo el tejido social campesino y provocando, con monoculturas y productos químicos, la desaparición de los insectos polinizadores.

Como en 1970, el desafío sigue siendo cambiar el sistema.

La gran mayoría de los indígenas vivía en lo que hoy llamamos América Latina.

Una antología de poesía quechua del siglo XVI recuerda: “Como niebla densa llegaron los blancos, y de oro hambrientos se llenaron aquí. Después, al padre Inca encarcelaron y, botándolo en la tierra, lo hicieron morir (…) Granizo caía, el relampago brillaba y, escondido el sol, todo era obscuro”.

Los mayas dicen: “De vez en cuando camino al contrario, es mi modo de recordar. Si caminara sólo hacia adelante, te podría contar como es el olvido”.

Los quechuas: “Somos ojos de pobreza, nervios entorpecidos, pensamiento sometido, pero  nuestro corazón aún brilla como el oro”.

Los recuerdos no calientan. Para algunos calientan el alma pero, no siendo creyente, tengo del alma una representación demasiado pobre y confusa.

Los recuerdos no encienden los animos. Por el contrario, porque el miedo es un excelente viático para gobernar: “Temía que me torturaran. En cambio, se limitaron a aumentarme los impuestos y a disminuirme el sueldo. Me fue bien.”

Es el 10 de septiembre de 1973. Hay malos presagios sobre la llegada de los años del terror. Y, diversamente de Victor Jara, yo sé como terminó.

Pero, porque Allende nos enseño que “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”, espero siempre ver las grandes avenidas abrirse al paso de mujeres y hombres (además del caballo, del perro y del gato de Luchín cantados por Victor), libres.

Quizás no llegaré a verlo, pero no es importante.

Lo que es verdaderamenre importante es que no sucederá por casualidad.  

Rodrigo Andrea Rivas

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