Homenaje al Che – Omaggio al Che 29 de mayo de 2020 20 maggio 2020 Día – giorno XV

Homenaje al Che – Omaggio al Che 29 de mayo de 2020 20 maggio 2020 Día – giorno XV

Los dos textos que encontraréis a continuación en español y en italiano, tienen el mismo sujeto y el mismo autor.
Es el prólogo de “El cuaderno verde del Che”, o sea a las poesías que el Che leía en Bolivia.
El autor es Paco Taibo II, gran escritor mexicano y acreditado biógrafo del Che.
Pero los dos textos no son iguales.
El texto en español es una anticipación periodística de la revista mexicana “Proceso” (Proceso 1609/ 2 de septiembre de 2007) del texto escrito por Paco Taibo II para la edición en español.
Desgraciadamente no dispongo del texto definitivo.
En cambio, el texto en italiano es el prólogo de Paco Taibo II a la edición italiana.

I due testi che troverete in seguito, in spagnolo e in italiano, hanno lo stesso soggetto e lo stesso autore.
E’ il prologo a “Il quaderno verde del Che”, e cioè alle poesie che il Che leggeva in Bolivia.
L’autore è Paco Taibo II, grande scrittore messicano e autorevole biografo del Che.
Tuttavia, i due testi non sono uguali.
Quello in spagnolo è un’anticipazione giornalistica della rivista messicana “Proceso” del testo scritto da Paco Taibo II per l’edizione in lingua spagnola.
Purtroppo, non dispongo del testo definitivo.
Il testo in italiano è invece il prologo di Paco Taibo II all’edizione italiana.

El Cuaderno verde del Che
Cuando en octubre de 1967 el Che Guevara fue detenido en Bolivia, oficiales militares de ese país y agentes de la CIA decomisaron su mochila.
En ella encontraron su diario de campaña, rollos fotográficos, un radio portátil, un par de agendas y un cuaderno de pastas verdes.
El ejército boliviano guardó este último en una caja fuerte. Parecía estar destinado al olvido. Sin embargo, en agosto de 2002 Paco Ignacio Taibo II, escritor mexicano y uno de los biógrafos del Che, obtuvo una copia.
Se trataba de 150 páginas con poemas de los autores favoritos del mítico comandante: Pablo Neruda, León Felipe, Nicolás Guillén y César Vallejo.
La editorial Planeta publicará esta semana el cuaderno en forma de libro.
Con su autorización, Proceso adelanta fragmentos sustanciales del prólogo escrito por Taibo II, en el que explica la historia de dicho cuaderno y la poco conocida relación del Che con la poesía.

Los tres oficiales con uniforme de rangers y el agente de la CIA revisaron la mochila minuciosamente. Al final sólo pudieron extraer un magro botín: 12 rollos de película, una veintena de mapas corregidos con lápices de colores, una radio portátil que hacía tiempo que no funcionaba, un par de agendas y un cuaderno verde.

Las agendas causaron sensación. Los oficiales paseaban la mirada sobre la letra pequeña y fueron confirmando que se trataba de un diario que iba de noviembre del 66 hasta octubre del 67. Momentos más tarde, en la puerta de una escuela donde se ha habilitado una prisión para el propietario de la mochila, se instala un improvisado laboratorio y un agente de la CIA fotografía los diarios. Los materiales son llevados en helicóptero por un coronel rumbo a La Paz, la capital de Bolivia.

El cuaderno verde, donde pueden leerse una serie de poemas, en ese momento no parece despertar mayor interés.

Pocas horas más tarde, el dueño de la mochila, el comandante Ernesto Guevara, será asesinado en la escuelita de La Higuera y sus breves despojos terrenales repartidos
Los diarios del Che terminarán, después de pasar por varias manos, en una caja fuerte en las oficinas de Inteligencia Militar del ejército boliviano, se montará una operación destinada a falsificarlos, que se frustrará cuando una copia será robada por el ministro del Interior boliviano y llevada a Cuba, y del Diario del Che en Bolivia se hagan ediciones millonarias en todo el planeta.

A mitad de los años ochenta los diarios volvieron a ser noticia cuando la famosa casa británica Sotheby’s anunció que en breve subastaría los diarios originales del Che y propuso la cifra de 250 mil libras esterlinas como estimación de su valor.

¿Cómo habían llegado hasta allí? El gobierno boliviano anunció una investigación y llegó fácilmente hasta la figura del exdictador, el general Luis García Meza, quien se los había vendido a “un brasileño”, quien a su vez los había vendido a una galería británica o estaba siendo usado como intermediario del general.

En junio del 84 Sotheby’s suspendió la subasta ante las repetidas demandas legales del gobierno boliviano por un lado y los señalamientos públicos de la viuda del Che por otro.
Pero si bien el camino de los diarios podía ser seguido más o menos con precisión, recorriendo a lo largo de los años encendidos debates y escándalos, el camino del tercer cuaderno, el de las pastas verdes, el cuaderno de poesía, era un misterio.

¿Contenía poemas que el Che había escrito a lo largo de la campaña boliviana? ¿Se trataba de poemas que el Che había copiado a lo largo de los últimos dos años? ¿Quiénes eran los autores que le gustaban particularmente? ¿Era una mezcla de ambos? ¿Eran los poemas una especie de clave? ¿Dónde estaba el cuaderno verde?

De puño y letra
Una mañana de agosto de 2002, J A (Jesús Anaya), viejo amigo del autor, compañero fuera de toda sospecha, me puso sobre la mesa un paquete de fotocopias:
¿Qué es esto? ¿De quién es? ¿Puedes autentificar la letra?
Ojeé las páginas. Me recorrió un escalofrío. Parecía un texto escrito por la mano del Che ¿Era? ¿De dónde lo había sacado? Le pedi un par de días.

Me llevé a mi casa las fotocopias. Comparé la letra con diversos documentos que tenía escritos de mano del Che: fragmentos de los diarios de Bolivia, copias de cartas de los primeros años sesenta, un facsímil de la carta de despedida a Fidel, sus correcciones al diario del Congo Era evidentemente la letra del Che.

Revisé lentamente las ciento cincuenta páginas, no lo niego, con cierta reverencia. A pesar de haber vivido tantos años cerca de él, el Che no dejaba de intimidarme y sorprenderme.
Se trataba de una colección de poemas, muchos de ellos con título o con la referencia numérica de una serie, ausentes de datos sobre el autor, excepto uno, “L Felipe”, que sin duda correspondía al poeta español exiliado en México al final de su vida, León Felipe. Muchos de ellos reconocibles ¿Por qué el Che se había tomado la molestia de copiarlos o recordarlos? ¿Por qué había omitido a los autores? ¿Por qué copiar poemas en un cuaderno?

Sin duda se trataba del cuaderno verde desaparecido en Bolivia ¿Cómo había llegado hasta aquí?
Reconstruí la historia de lo sucedido con los bienes de la mochila. El cuaderno formaba parte de lo que había quedado bajo control de la inteligencia militar boliviana. No se le mencionaba entre los materiales que García Meza robó y trató de vender a Sotheby’s. El rastro era más o menos obvio, alguien se lo había llevado, o copiado, en los últimos años, de la caja fuerte del G2 boliviano.

¿Cuándo había sido escrito? Posiblemente la escritura del cuaderno se había iniciado al final de su estancia en Dar es Salaam, después de la campaña del Congo en el 65, quizá en la larga espera en Praga antes de los entrenamientos en Pinar del Río (Cuba) previos a la campaña de Bolivia.

La libreta era un cuaderno con letras en árabe en la portada ¿Lo había comprado a su salida de Tanzania en el 65?

Sin duda parte de él había sido escrito durante la campaña boliviana. Había una fotografía que, observada con lupa, parecía mostrar al Che trepado en las ramas de un árbol y haciendo guardia mientras escribía en el cuaderno verde. Se conocía la lista de los libros que el Che cargó en la mochila en aquellos meses, y algunos de los autores coincidían con los poetas que me parecía identificar en el cuaderno (…)
Era la antología del Che Una antología personal

Los favoritos
Ernesto Guevara fue a lo largo de su vida un voraz lector de poesía. Cientos de anécdotas lo registran. Como una vez lo escribió a su amiga y compañera de la escuela de Medicina, Tita Infante: “He tenido mis momentos de abandono o más bien de pesimismo (…) Cuando eso ocurre como cosa transitoria de un día yo lo soluciono con unos mates y un par de versos”.

La descubre en su adolescencia, durante una época de constantes ataques de asma en la que, obligado a pasar muchas horas de inmovilidad, encuentra en los libros un mundo paralelo al que poder fugarse. Serán Pablo Neruda y Las flores del mal de Baudelaire, curiosamente leído en francés, los inicios de sus amores. A los 15 años se encuentra con Verlaine, Antonio Machado. Y paralelamente al descubrimiento de Gandhi, que lo emociona profundamente, sus amigos lo recuerdan recitando a Neruda, desde luego, pero también a poetas españoles.
Una cuarteta lo persigue: Era mentira/ y mentira convertida en verdad triste,/ que sus pisadas se oyeron/ en un Madrid que ya no existe.

En 1952, a los 24 años y en Bogotá, se encuentra con un dirigente estudiantil colombiano, hablan de política, de literatura El Che le cuenta que se ha aprendido todos los poemas de amor de Neruda El estudiante colombiano lo reta:
El 20.
Guevara sin dudar responde: Puedo escribir los versos más tristes esta noche Escribir por ejemplo y sigue.

Un par de años más tarde, en una cárcel mexicana, les diría a sus padres en una carta: “Si por cualquier causa, que no creo, no puedo escribir más y luego me tocan las de perder, consideren estas líneas como de despedida, no muy grandilocuente pero sincera.
Por la vida he pasado buscando mi verdad a los tropezones y ya en el camino y con mi hija que me perpetúa he cerrado el ciclo.
Desde ahora no consideraría mi muerte una frustración apenas como Hikmet: Sólo llevaré a la tumba/ la pesadumbre de un canto inconcluso”.

Durante esos días de septiembre de 1956 en México, obligado a la clandestinidad, “porque cometió Gobernación el grave error de creer en mi palabra de caballero y me pusieron en libertad para que abandonara el país en 10 días”, va y

viene al DF.
En estas esporádicas visitas a su hija Hildita le recita un poema de Antonio Machado dedicado al general Listen: De monte a mar esta palabra mía:/ Si mi pluma valiera tu pistola/ de capitán contento moriría.
Parece ser que a la niña de siete meses le gusta la sonoridad machadiana, porque llora y protesta cuando terminan los versos, pidiendo más.

Durante la campaña en la Sierra Maestra, el Che logra montar una red que hace que suban hasta la montaña libros de Martí y poemarios de José María Heredia, Gertrudis de Avellaneda, Gabriel de la Concepción, Rubén Darío, para alternar con la biografía de Goethe de Emil Ludwig que está leyendo (…)

En enero del 61, trabajando como ministro de Industrias de la revolución triunfante, le confiaba en una entrevista a Igor Man que “conozco a Neruda de memoria, tengo sobre la mesita de noche a Baudelaire que leo en francés”, y reconocía que su poema favorito de Neruda era el “Nuevo canto de amor a Stalingrado”: Yo escribí sobre el tiempo y sobre el agua/ describí el luto y su color morado/ yo escribí sobre el cielo y la manzana/ ahora escribo sobre Stalingrado.

Pero hay una imagen que resulta más eficaz como testimonio que todas estas historias En los rollos de película que el ejército captura en Nancahuazú, una fotografía muestra a Guevara trepado en lo alto de un árbol, probablemente en una de las interminables guardias, con un libro de poesía entre las manos.

Che poeta
No sólo era un gran lector de poesía, Ernesto Guevara había coqueteado toda su vida con la poesía como creador, se había acercado y alejado de ella, tratándola siempre con mucho respeto.
Yo diría que con un exceso de respeto. Nunca se sintió a gusto con los resultados y pensando que sus poemas no tenían demasiado valor, nunca los entregó para su publicación.

Debe haber escrito poesía durante toda su adolescencia y primera juventud, pero los pocos poemas que hoy le conocemos fueron escritos entre el 54 y el 56, en Guatemala y México. Es la poesía de un personaje en pleno proceso de transición, fascinado por el inmenso mundo que de alguna manera lo está esperando, y por las ruinas prehispánicas.
En el 55 escribe: El mar me llama con su amistosa mano/ mi prado un continente/ se desenrosca suave e indeleble/ como una campanada en el crepúsculo.
Volverá sobre estos temas en otro poema: Estoy sólo frente a la noche inexorable/ y a cierto dejo dulzón de los billetes/ Europa me llama con voz de vino añejo/ aliento de carne rubia, objetos de museo/ Y en la clarinada alegre de países nuevos/ yo recibo de frente el impacto difuso/ de la canción de Marx y Engels.

Europa, América Latina, la revolución y, curiosamente, el mundo prehispánico. Deja constancia de su fascinación en un poema sobre Palenque: ¿Qué fuerza te mantiene más allá de los siglos/ viva y palpitante como en la juventud? ¿Qué dios sopla, al final de la jornada/ el hálito vital de tus estelas?

Trabajando en México como doctor, le tocó atender a una mujer llamada María, que sufría de graves enfermedades respiratorias asociadas al asma. Guevara que sintió como una ofensa personal la miseria en la que vivía la mujer, con una hija y tres o cuatro nietos, y su defunción “sin pena ni gloria”, como se diría en México en aquellos años, escribe entonces un poema: Vieja María, va a morir/ quiero hablarte en serio/ Tu vida fue un rosario repleto de agonías/ no hubo hombre amado ni salud ni dinero/ apenas el hambre para ser compartida.
El poema es flojo, pero poco a poco, mientras se va armando la descripción de las miserias de la mujer, la sala de hospital y la muerte que surge como consecuencia del asma, aparece la oferta de la suave vergüenza de las manos de médico que estrechan las manos de la vieja para prometerle en voz baja y viril de las esperanzas, la más roja y viril de las venganzas que tus nietos vivirán la aurora. El poema remata con un grandilocuente, aunque suene a sincero, lo juro, escrito en mayúsculas.

De sus poemas de la etapa mexicana, hay uno escrito en el rancho de Choleo, donde estaban entrenando militarmente, que quizá es uno de sus peores poemas. Un poema épico dedicado a Fidel, cuya mayor virtud es reflejar por un lado la fascinación que el dirigente cubano provoca en el doctor argentino (Vámonos,/ ardiente profeta de la aurora,/ por recónditos senderos inalámbricos/ a liberar el verde caimán que tanto amas) y por otro la seriedad con la que Ernesto ha asumido su compromiso con el proyecto revolucionario: Y si en el camino se interpone el hierro,/ pedimos un sudario de cubanas lágrimas/ para que se cubran los guerrilleros huesos/ en el tránsito a la historia americana/ Nada más.

El Che nunca entregó a Fidel el poema Vámonos, ardiente profeta de la aurora; es claro que no pensaba que su poema fuera bueno y no quería que tuviera otro destino que el de servir de recuerdo.
Años después, Leonel Soto, director de la revista Verde Olivo, lo publicó y el Che le mandó una nota indignado donde le advertía que no podía publicar nada sin permiso y mucho menos “esos versos que son horribles”. El Che entendía que su poesía era algo privado Cuando en otra ocasión Pardo Liada ofreció publicar o leer por radio un poema suyo, el Che lo amenazó en broma con llevarlo al paredón.

Es muy probable que haya seguido escribiendo poemas durante los últimos años de su vida, pero nunca fueron dados a conocer.

Il “Quaderno verde”
Paco Ignacio Taibo II
Prologo

I tre ufficiali con la divisa da ranger e l’agente della Cia ispezionarono lo zaino minuziosamente. Alla fine poterono ricavarne solo un magro bottino: dodici rullini, una ventina di cartine con sopra i segni di matite colorate, una radio portatile che non funzionava da tempo, un paio di agende e un quaderno verde.

Le agende suscitarono scalpore. Gli ufficiali, dopo avere scorso la grafia minuta, confermarono trattarsi di un diario che andava dal novembre del ’66 all’ottobre del ’67. Poco dopo, vicino alla porta della scuola in cui è stata allestita una prigione per il proprietario dello zaino, si improvvisa un laboratorio dove un agente della Cia fotografa i diari. Il materiale viene portato in elicottero da un colonnello verso La Paz, capitale della Bolivia. Il quaderno verde, in cui si può leggere una serie di poesie, non sembra in quel momento destare ulteriore interesse. Poche ore dopo il proprietario dello zaino, il comandante Ernesto Guevara, verrà assassinato nella scuoletta di La Higuera, e i suoi modesti beni terreni saranno spartiti.

Il quaderno verde
Una mattina d’agosto del 2002, J. A., vecchio amico dell’autore e compagno al di sopra di ogni sospetto, posò sul tavolo un fascio di fotocopie: «Che cos’è? Chi è l’autore? Riesci a identificare la grafia?». Sfogliai le pagine. Fui percorso da un brivido. Sembrava un testo scritto dalla mano del Che. Lo era davvero? Da dove saltava fuori? Chiesi al mio amico un paio di giorni. Portai le fotocopie a casa. Confrontai la grafia con diversi documenti che conservavo di pugno del Che.

Era evidentemente la sua grafia. Riesaminai con calma quelle 150 pagine provando, non lo nego, una certa riverenza.

Era una raccolta di poesie, molte delle quali con il titolo o con il rimando numerico a una serie, mancanti di dati sull’autore tranne una: «L. Felipe», indicazione che sicuramente corrispondeva al poeta spagnolo León Felipe, esiliato in Messico negli ultimi anni della sua vita. Parecchi testi erano riconoscibili. Certamente si trattava del quaderno verde scomparso in Bolivia. Com’era arrivato fino a me?

Una parte del quaderno era senz’altro stata scritta durante la campagna boliviana. Esiste una fotografia che sembra mostrare il Che, arrampicatosi sui rami di un albero per fare la guardia, mentre sta leggendo o scrivendo. L’elenco dei libri che il Che aveva portato nello zaino in quei mesi era conosciuto, e alcuni degli autori corrispondevano con i poeti che mi sembrava di identificare nel quaderno. Copiati o riscritti a memoria? Cercai nella mia biblioteca e feci un confronto con quelli che mi risultavano noti.

Copiati, sicuramente. Quando si conserva qualcosa nella mente, non si può essere così precisi da ricordarsi che una quartina finisce con un punto e virgola, o che una frase è tagliata arbitrariamente in due righe in un certo modo. Perché allora l’omissione degli autori? Era una di quelle sfide umoristiche che tanto piacevano al Che? Era un gioco intellettuale? («Io li conosco, perché dovrei scrivere i loro nomi?»). Oppure, tra il serio e il faceto, il Che aveva pensato che così trasformava il suo quaderno in un documento privato, con una chiave d’accesso riservata soltanto a lui? Qualunque cosa fosse, si trattava di un’antologia. Era l’antologia del Che. Un’antologia personale.

Il Che e la poesia
Ernesto Guevara, nel corso della sua vita, fu un vorace lettore di poesia. Centinaia di aneddoti lo attestano. È una passione scoperta durante l’adolescenza, in un periodo di continui attacchi d’asma, quando il Che, costretto a passare parecchie ore di immobilità, trova nei libri un mondo parallelo in cui rifugiarsi. I suoi primi amori saranno Pablo Neruda e I fiori del male di Baudelaire, curiosamente letto in francese. A 15 anni è la volta di Verlaine e di Antonio Machado, e oltre alla scoperta di Gandhi, che lo colpisce profondamente, i suoi amici lo ricordano mentre recita Neruda, certo, ma anche poeti spagnoli.

Nel 1952, quando ha 24 anni e si trova a Bogotá, il Che conosce un dirigente studentesco colombiano. Parlano di politica, di letteratura, e lui dice che ha imparato tutte le poesie d’amore di Neruda. Lo studente colombiano lo sfida: «La 20…». Guevara senza esitazioni risponde: «Posso scrivere i versi più tristi stanotte. / Scrivere, ad esempio…» e prosegue. Un paio d’anni dopo, da un carcere messicano, avrebbe detto ai suoi genitori in una lettera: «Se per qualunque motivo, anche se mi sembra improbabile, non potessi più scrivere e le cose andassero male, considerate queste righe come un addio, non molto magniloquente ma sincero. Ho attraversato la vita cercando la mia verità tra mille ostacoli, e adesso, ormai su questa strada e con una figlia che mi perpetuerà, ho chiuso il ciclo. D’ora in poi non considererei la mia morte un fallimento. Casomai, come Hikmet, “Nella tomba porterò soltanto / il rammarico di un canto incompiuto”». (…)

Durante la campagna nella Sierra Maestra, il Che riesce a organizzare una rete di contatti in grado di fare arrivare in montagna libri di José Martí e raccolte poetiche di José María de Heredia, Gertrudis de Avellaneda, Gabriel de la Concepción e Rubén Darío, da alternare con la biografia di Goethe scritta da Emil Ludwig, che sta leggendo, come si può vedere in una foto che lo ritrae sdraiato in una capanna di rami, con una coperta addosso e un enorme sigaro in bocca.

Nel gennaio del ’61, quando lavorava come ministro dell’Industria della rivoluzione trionfante, il Che rivelava a Igor Man, durante un’intervista, che «conosco Neruda a memoria, e sul mio comodino c’è Baudelaire, che leggo in francese». Guevara aggiungeva che la sua poesia preferita di Neruda era il «Nuovo canto d’amore a Stalingrado». «Ho scritto del tempo e dell’acqua/descritto il lutto e il suo metallo viola/ho scritto del cielo e della mela/adesso scrivo di Stalingrado». Aleida March, la sua compagna, avrebbe ricordato: «Leggeva a tutte le ore, in qualunque momento libero avesse, tra due riunioni, mentre andava da un posto all’altro ».

Il Che poeta
Non solo Ernesto Guevara era un grande lettore di versi, ma per tutta la vita aveva civettato con la poesia come creatore, le si era avvicinato e allontanato, trattandola con molto rispetto. Non si sentì mai soddisfatto dei risultati, e pensando che i suoi componimenti non valessero più di tanto, non li diede mai alle stampe.

È probabile che il Che abbia scritto versi durante tutta l’adolescenza e la prima giovinezza, ma i pochi testi che oggi conosciamo furono composti tra il ’54 e il ’56, in Guatemala e in Messico. È la poesia di una persona in pieno processo di transizione, affascinata dall’immenso mondo che in qualche modo la sta aspettando e dalle rovine precolombiane. Nel ’55 il Che scrive: «Il mare mi chiama con la sua mano amica / il mio prato – un continente – / si srotola soffice e indelebile / come un rintocco nel crepuscolo».
Tornerà su questi temi in un’altra poesia: «Sono solo di fronte alla notte inesorabile / e nel gusto un po’ dolciastro dei biglietti / l’Europa mi chiama con voce di vino invecchiato / alito di carne bionda, oggetti da museo. / E nello squillo allegro di paesi nuovi / ricevo di fronte l’impatto diffuso / della canzone di Marx e di Engels».

Quando lavorava in Messico come dottore, il Che dovette assistere una donna di nome María, che soffriva di gravi disturbi respiratori associati ad asma. Sentendo come un’offesa personale la miseria in cui viveva la paziente e poi la sua morte oscura, Guevara scrisse una poesia: «Vecchia María, stai per morire / voglio parlarti seriamente / La tua vita è stata un rosario pieno di agonie / non ci fu uomo amato né salute né soldi / e da dividere solo la fame». Il testo è un po’ debole, ma a poco a poco ecco apparire l’offerta della dolce vergogna delle mani di medico che stringono quelle dell’anziana per prometterle, «con la voce bassa e virile delle speranze, / la più rossa e virile delle vendette, / e che i tuoi nipoti vivranno l’aurora». I versi finiscono con un «lo giuro» scritto in maiuscole, che suona sincero nonostante una certa magniloquenza.
È molto probabile che il Che abbia continuato a scrivere versi durante gli ultimi anni della sua vita, ma non fu mai dato conoscere quei testi.

L’antologia
Delle 69 poesie raccolte nel quaderno verde, soltanto una recava il nome dell’autore: la sessantasettesima, «La grande avventura», che terminava con la dicitura «L. Felipe». Le altre 68 non avevano attribuzione. All’inizio ebbi l’idea di fare un elenco dei poeti che sapevo cari al Che, ma questo procedimento risultò fuorviante quando mi trovai di fronte a una lista di una cinquantina di autori.

Avrei potuto fare appello alla migliore preparazione e memoria poetica di amici o esperti. Ero convinto che Roberto Fernández Retamar sarebbe riuscito in pochi minuti a dipanare la maggior parte dei misteri, ma la sfida era per me affascinante. Ripensando alle mie vecchie letture di Sherlock Holmes, applicai la sua logica inesorabile: una volta eliminato l’impossibile, ciò che resta… Iniziai allora identificando la quindicina di poesie che conoscevo o che mi suonavano in qualche modo familiari. Il César Vallejo degli Araldi neri; la numero 20 («Posso scrivere i versi più tristi stanotte») e «La canzone disperata » delle Venti poesie d’amore di Pablo Neruda, la famosa «Farewell»; altre due poesie di Vallejo, «In quell’angolo, dove dormimmo insieme» e «Smonto dal mio cavallo questa notte», da Trilce; diversi testi di Nicolás Guillén: «Non so perché pensi tu», «Sensemayá », «Un lungo caimano verde» e la poesia stessa di León Felipe di cui il Che aveva indicato l’autore: «Sono passati quattro secoli…».

In teoria restavano quattro poeti: Pablo Neruda, César Vallejo, Nicolás Guillén e León Felipe. Mi sembrò la prima strada da seguire: incominciai a riesaminare tutte le rimanenti poesie tenendo presenti questi quattro autori e lasciando alla fine le identificazioni più problematiche. C’erano cose relativamente facili, altre che mi facevano pensare a Canto generale, testi che potevano essere solo di León Felipe o di un imitatore molto vicino, frasi vallejiane e sones caraibici di Guillén. Alcune antologie si rivelarono insufficienti, così dovetti procurarmi le edizioni delle opere complete di Vallejo, Neruda, Guillén e saccheggiare la biblioteca di mio padre alla ricerca di tutti i libri di León Felipe.

Probabilmente un esperto avrebbe avuto meno difficoltà, ma non si sarebbe divertito altrettanto nel lavoro. Una settimana dopo, notti comprese, con vistose occhiaie e numerosi sbadigli, avevo identificato 67 poesie su 69, e sarei venuto a capo delle restanti due di lì a poco. Durante la ricerca mi ero imbattuto in alcune trappole: il Che aveva omesso il titolo di due poesie, una era copiata in due pagine diverse ed era intercalata con un’altra, due erano state trascritte in modo frammentario e una risultava attaccata direttamente alla successiva. Ma alla fine l’antologia del Che aveva contorni precisi.

Il quaderno conteneva una scelta di versi di Pablo Neruda, César Vallejo, Nicolás Guillén e León Felipe, solo questi quattro poeti. Non uno di più. Stranamente i testi non erano ordinati per autore, anzi, non sembravano ordinati affatto (per esempio nella sequenza cronologica in cui li avrebbe disposti un’antologia), vale a dire che il Che aveva letto e copiato libri di poesia dei quattro senza un criterio definito. All’inizio esiste una successione: una poesia di Vallejo, una di Neruda, una di Guillén, successione che si ripete otto volte. Mi venne da pensare all’esistenza di una chiave segreta, ma quella sequenza a un certo punto si interrompe, e in seguito non può essere individuato alcun ordine.

Alcune poesie mi spiazzarono; le date sembravano non corrispondere. «Aconcagua» di Guillén appare nel libro Il grande zoo, pubblicato nel ’67, ma era uscita in precedenza su Lunes de la Revolución, a Cuba, nel ’59; poteva quindi figurare in un’antologia, oppure il Che aveva con sé un ritaglio della rivista. Il secondo dubbio riguardava le poesie tratte da Oh, questo violino vecchio e rotto! di León Felipe, pubblicate in Messico verso la fine del ’65 dal Fondo de Cultura Económica, ma non risultava affatto strano che il poeta avesse spedito il libro a Cuba, e che qualcuno lo avesse preso e portato al Che a Pinar del Río, durante il breve periodo di addestramento prima della guerriglia boliviana.

Resta un ultimo dubbio: come mai il Che ha scartato dall’antologia la sua poesia preferita,«Nuovo canto d’amore a Stalingrado» di Neruda? Come mai ha lasciato fuori le poesie di Vallejo sulla guerra di Spagna? La spiegazione che le sapeva a memoria è da escludere, poiché sarebbe valida anche per i versi d’amore di Neruda, che qui sono compresi. Per qualche motivo, non mettendo quei testi, il Che lascia spazio nell’antologia a poesie amorose e a riflessioni intimiste. Era forse il contrappunto obbligato in quegli ultimi due anni della sua vita, avviluppati nel vortice di una rivoluzione che gli sfuggiva dalle mani. La poesia come rifugio per recuperare, di fronte alla durezza dell’esistenza di ogni giorno, la sfera personale e la visione storica dell’America e della Spagna.

Rodrigo Andrea Rivas

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